En varias ocasiones hemos reflexionado sobre la situación socio-política de nuestro entorno, bien directamente o bien indirectamente, pero es un tema que no se puede dar por acabado nunca, al menos mientras persistan las conductas que nos pueden ayudar a deshacernos como concepto colectivo, pues, según se comporte la política, todo lo que nos une, nos define y nos cohexiona puede diluirse como un azucarillo en un vaso de medio litro de agua.
Pareciera que todos los grupos políticos que hoy tendrían que vertebrar la estructura social de España están empeñados en ser únicos y lo decimos por las guerras internas y externas a que nos tienen sometidos. Todos, además, se muestran de una sensibilidad que empalaga cuando se trata de debatir con los demás o de los demás y de una ausencia o tergiversación de los hechos cuando se trata de escamotear a la opinión pública cualquier cuestión interna.
A pesar de la diversidad de siglas y posturas, no hay un espacio para las minorías, al menos si tomamos en cuenta lo que dicen (en la práctica las cosas van por otras vías), tanto es así que por no haber no hay ni ESPACIO PARA UNA MAYORÍA, lo cual es el colmo o, si se prefiere, la definición más dura de ANTIPOLÍTICA.
Tanto los partidos, digamos que no solo los tradicionales, también los de nuevo cuño, (esos que venían a galope tendido a salvarnos) se estructuran como una pirámide de poder, lo que acrecienta, como estamos viendo estos días, las pugnas internas (véase la situación del PSOE, de PODEMOS y de sus numerosas siglas, de Izquierda Unida (es un decir)…etc.
Eso provoca que internamente se establezcan grupos perfectamente estructurados dentro de cada partido: estos valen para las cuestiones locales, estos para las provinciales, esos otros para las de la Comunidad, esos otros para el parlamento, aquellos para el “cementerio de elefantes (senado) y otros pocos para el Parlamento Europeo (otro cementerio de paquidermos) y al que se mueva en la foto “juego raso y patada al cuello” sin más miramientos.
Los demás partidos no existen ni se les espera y menos aún si es para solucionar alguna de las necesidades reales de la sociedad. Esas necesidades se tapan con discursos enrevesados, que ni dicen nada ni sirven para nada, aunque se digan para desgastar al enemigo (luego predican que trabajan para el “pueblo”, término que habría que quitar del diccionario.)
Al constreñimiento social provocado por los partidos internos habría que añadir la situación que tenemos alrededor, en este caso Europa. Entre una estructura y otra se forma un anillo que deja fuera todo lo que no sea la búsqueda de poder, toda ideología, que no sea un conjunto de frases hechas, incluso toda acción que pueda servir para elaborar planes perdurables y positivos.
Todo queda en pura retórica, en una representación teatral con actores de guiñol y los ciudadanos en unos niños con la boca abierta.
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