Los que rondan mi edad (por arriba o por abajo) somos ya una generación perdida. Creímos en su momento, como supongo que todos los jóvenes de todos los tiempos, que podíamos cambiar el mundo y lograr vivir en un entorno feliz.
Pero no ha sido así. Enseguida fuimos engullidos por la “realidad”, por decirlo de una forma suave, y, desengañados, volvimos al redil.
Supongo que nuestros hijos y nietos lo están haciendo ahora, intentando emular lo que les hemos contado, aunque no se correspondiera con la realidad.
Mientras, hemos aprendido (creo que lo hemos aprendido) que no somos las mismas personas de un día para otro, de un año para otro… aunque nos empeñemos en lo contrario. Todos vivimos algo que nos hace cambiar (para bien o para mal) que nos hace variar los conceptos y hasta los valores con los que nos enfrentarnos al mundo, pero parece que eso no lo decimos. Nos guardamos que hoy las alegrías son otras, como otras son las amistades, el concepto del amor, las traiciones o cómo nos tomamos el dolor.
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