No están mi situación como para crear o expresar sentimientos o visiones propias, sino para apoyarme en el bastón de otras personas y eso vengo haciendo desde que mi situación biológica ha empeorado tan profundamente. No pido perdón, doy lo que tengo o puedo conseguir, pero lo siento, como siento que mis lectores vayan disminuyendo, aunque lo entienda.
Aguardaba el autobús debajo de una marquesina, cuando dos ancianos empezaron a reprocharse.
La mujer no soportaba de su marido que dejase la pasta dentífrica fuera de su cubilete, que fuese tan despistado con las tareas domésticas ni sus cigarros a escondidas; el hombre le replicaba el exceso de sal en las comidas y el control férreo que sometía a todos sus actos.
Entonces, recordé las disputas constantes de mis padres, la impotencia que sentía por asistir al intercambio de improperios y el miedo a que la familia se resquebrajase en cualquier momento. Por eso, al llegar a casa, le pregunté a Olga: «¿Me seguirás recriminando mi impuntualidad, que deje los platos sucios de la cena para el día siguiente o los domingos de sofá?».
¿«Sí, por supuesto», me contestó con sinceridad y, por evitar que alguien en el futuro —quizás unos hijos— padeciesen nuestra infelicidad, recogí mis cosas y me marché.
Nicolás Jarque Alegre. “Infelicidad”
No hay comentarios:
Publicar un comentario