ENTRENAR LA ACTITUD
Recuerdo las caras de algunas personas amigas (según mi criterio lo eran) cuando explicaba, de un modo llano, sincero y sin envoltorios de ningún tipo, el resultado de mis diagnósticos biológicos.
Las expresiones directas (cara a cara) de mi confesión, me pusieron de manifiesto actitudes que ya intuía de antemano. Y recuerdo cómo, a través de las palabras escritas, las reacciones de esas confesiones en aquellas personas a las que tenía más lejos.
En uno y otro caso hubo reacciones afables y cariñosas, consejos, incredulidades y ciertas indiferencias, pues las previsiones eran a largo plazo y seguro que podrían tener solución, porque yo era un exagerado.
Para mi era un terremoto que removía toda mi vida, vida, que la cortaba de golpe, que de pronto me veía en un largo túnel que tenía un único y trágico final.
Ni unos ni otros, en aquellos momentos, supieron juzgarme desde mis zapatos, desde mis circunstancias, aunque todos intentaran algo: animarme, quitar importancia al hecho que les ponía delante o que así es para todos, que todos acabaremos de la misma manera.
Como si yo no lo supiera, pero una cosa es saberlo genéricamente y otra tener la seguridad de que, después de pasarlo mal, mi final estaba al alcance de la mano de forma ineludible, no casual.
Algunos, muy pocos, me dijeron que yo era fuerte y que seguro que aguantaba eso y más.
Hay vicisitudes que solo se pueden analizar y juzgar desde la experiencia y ver si alguien era capaz de adentrarse en mis sentimientos, en mis entrañas. Porque ante situaciones así uno se rompe.
Esa situación no se mide por la fortaleza, sino por los sueños truncados, rotos… por dejarse caer en la paciencia, la esperanza y el vacío… pero sabiendo que había que seguir, había que resistir a pesar de todo, incluso contra toda esperanza.
Cierta angustia y el dolor no han desaparecido desde aquel momento. Mientras ha aumentado la tristeza y la impotencia, la dependencia y la inseguridad y ha aparecido la soledad.
Han desaparecido de mi entorno algunas de esas personas con las que compartí los primeros momentos y, desde entonces o un poco después, ni me atrevo a contar mi evolución, mis miedos o mis angustias. Al final queda la soledad de la persona contra el destino y cambiar las actitudes ante la vida y las personas.
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