A VECES
Por mis circunstancias, a veces puedo parecer distante, pero nunca ESTOY ausente. Puedo no escribir a alguien, pero no olvidarle y seguro que si alguno de los que “están” conmigo me necesita, podré no estar cerca, pero no abandonarle.
A la vez he de confesar que me callo, que quedo en silencio ante algunas noticias, pero no porque no tenga argumentos, sino porque he aprendido que es mejor gozar de la paz que tener razón.
Aparte de los inconvenientes de la biología, uno sufre el paso del tiempo y ambas cosas obligan a ver la realidad o los recuerdos de una forma que antes no habías contemplado ni tomado en consideración siquiera. Por ejemplo, se aprecia más la vida porque notas con más cercanía que nada es para siempre o que el “siempre” es apenas unos meses y que pasar por ellos, aparte de dolor, es casi un milagro lograrlo.
Soy el que sabe que no es menos vano
que el vano observador que en el espejo
de silencio y cristal sigue el reflejo
o el cuerpo (da lo mismo) del hermano.
Soy, tácitos amigos, el que sabe
que no hay otra venganza que el olvido
ni otro perdón. Un dios ha concedido
al odio humano esta curiosa llave.
Soy el que pese a tan ilustres modos
de errar, no ha descifrado el laberinto
singular y plural, arduo y distinto,
del tiempo, que es uno y es de todos.
Soy el que es nadie, el que no fue una espada
en la guerra. Soy eco, olvido, nada.
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