En líneas generales y sin intento alguno de purismo intelectual, solemos entender por tolerancia la actitud de la persona que respeta las opiniones, ideas o actitudes de las demás personas aunque no coincidan con las propias. También lo solemos aplicar a la “capacidad que tiene un organismo para resistir y aceptar el aporte de determinadas sustancias, en especial alimentos o medicamentos”.
Ambas acepciones son conceptos usados normalmente sin que denoten pedantería.
Aquí nos referiremos a la tolerancia como respeto a las opiniones de los demás, aunque mantengamos el derecho a la duda.
Asumimos que visto así puede parecer un acto de prepotencia, en la medida en que uno ha de ser indulgente con el otro o aguantar algo con lo que no se está de acuerdo, pero quisiéramos que fuera visto también como RESPETO. Y, en este sentido de RESPETO la TOLERANCIA guarda relación, o así lo creemos, con el reconocimiento a las diferencias, a la diversidad de cualquier tipo.
La tolerancia, vista así, es básica en la vida social.
Pero no vemos por ninguna parte el valor de la expresión “tolerancia cero”, que no concede valor, ni positivo ni negativo, a una postura, a no ser que sea eso lo que se quiere expresar cuando se utiliza. Esa expresión es un modernismo vacío, de esos que gustan a la posmodernidad, que suenan bien pero que no tienen contenido.
Y quizá sea ese uno de los problemas que vivimos, porque en realidad nuestra sociedad es INTOLERANTE, tanto que responde con violencia ante los pensamientos contrarios a los propios, cuando todos necesitamos un espacio de libertad
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