martes, 21 de abril de 2020

TRANSPLANTE


“De pronto, el anciano cayó en cuenta de que su corazón había dejado de palpitar y de que ya no estaba en su lugar habitual, el lado izquierdo de su pecho. 

Como que se hubiese evaporado. No sintió ningún pulso. Con su mano ya temblorosa se palpó el otro costado y tampoco percibió latidos. Nada, todo igual, ningún estremecimiento en su pecho que pudiese indicarle que aún estaba vivo.


Empezó a respirar con dificultad y se sintió ahogado. Y antes de morir –todavía lúcido–, recordó que su corazón siempre había estado unido al de ella -ahora en el más allá-, y ambos latidos resonaron fuertes, definitivamente inseparables.”

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