martes, 28 de abril de 2020

EL SILENCIO

Decía Martín Gaite que “cuando suceden las cosas solo puedes vivirlas; si son alegres, procurando abrir los poros para que entren lo más posible; las tristes, sacando la cabeza para que ese trocito de ahí arriba no se te ahogue”. 
Y así suele suceder cuando la parte biológica que nos acompaña no nos permite nada o no nos da margen para nada. En los malos momentos solo el silencio responde a las inquietudes de nuestro pensamiento, a nuestra preguntas y ambos residen y operan en o desde la cabeza. Este silencio, a la postre, es el cómplice callado de la palabra.
El silencio, a su vez, es el ayudante que nos pasa página en la partitura de nuestra vida, lleve buena o mala música, aunque no nos dé fuerzas para seguir los compases.

El silencio, además, nos ayuda a no indisponernos con los demás, que no acaban de entender que nuestros problemas no los contamos por emitir una queja, sino por confianza en quien te debería escuchar.
El silencio, pues, nos hace caminar por el tiempo sin exigir nada del mundo, sin querer nada, sin buscar nada, sin esperar nada… a quedarnos mientras viene algo de luz a nuestra existencia y nos hace saber que no todo ha de tener una explicación, no todo tiene respuesta (o no la necesitamos), ni sentido, ni lógica.

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