Decía Manzoni que "una de las alegrías de la amistad es saber en quién confiar" y es que la confianza es el ingrediente básico de las relaciones interpersonales, sobre la que se construyen los vínculos que nos unen y nos ayudar a desarrollarnos.
De este modo una relación es tanto más duradera y profunda cuanto se establece sobre una buena dosis de confianza. Y se hace imprescindible en el afecto y en todo tipo de relación humana.
Saber darla y saber recibirla forman parte de las habilidades básicas que todos deberíamos desarrollar. Pero hay que saber manejar esa confianza.
Hemos de comprender cómo funciona y saber administrarla para evitar que los demás abusen de ella, porque la confianza es extremadamente valiosa, pero también es extremadamente delicada: cuesta mucho tiempo y esfuerzo hacer que surja, pero se destruye en un instante.
La confianza se asienta en dos pilares: la apertura, es decir, el valor que tenemos de compartir nuestros sentimientos y nuestra vida con los demás y en la capacidad de juzgar si los otros son dignos o no de nuestra confianza.
Hemos de desarrollar esos dos aspectos para ser capaces de administrar con sabiduría la confianza y hacer que contribuya a fortalecer nuestras relaciones. Son, por tanto, dos las preguntas que debemos hacernos para abordar con garantías la construcción de una relación de confianza.
La primera: ¿Soy capaz de darla como corresponde?
Y la segunda: ¿Es el otro digno de ella?
Y la segunda: ¿Es el otro digno de ella?
Yo la doy, pero cada vez voy viendo que son muy pocos los que realmente son dignos de ella. Lo sé por el dolor en los errores. Creo que son muchos, cada vez más, los que confunden amistad con INTERÉS.
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