La historia de la humanidad se puede resumir en la lucha del ser humano por convivir, conservar la manera de ver y valorar el mundo a la manera del grupo de convivencia (que le distinguía de los demás) relacionarse (entender y luchar) con el medio ambiente, luchar contra la intemperie y entender ese mundo que le envolvía.
En medio de esa lucha ha necesitado de varios elementos: la observación, la tecnología y las normas, sin las cuales no podría haber conquistado nada de lo anteriormente expuesto.
La observación nos ha proporcionado el conocimiento necesario para ir entendiendo e interpretando el mundo. El lenguaje nos permitió transmitir (y acumular) ese conocimiento y dejarlo en herencia a los herederos, miembros del grupo. Las normas nos permitió convivir y aunar fuerzas en la lucha con el medio ambiente y la tecnología nos dio los instrumentos para enfrentarse a otros y a las adversidades del medio ambiente.
No creo que sea necesario advertir que esas tecnologías no eran sino la aplicación práctica del conocimiento que íbamos adquiriendo y que nos permitían ir más allá de los que nuestras fuerzas daban de sí.
Hoy vivimos la eclosión de esas tecnologías, con las que hemos logrado romper la “ipseidad” (el vivir cada uno para sí y nuestra unidad convivencial), romper la privacidad incluso. Las tecnologías nos permiten la conexión con los demás rompiendo dos de las históricas barreras de convivencia y conocimiento del ser humano: tiempo y espacio.
Uno esperaría que, en buena lógica, esa comunicación nos iba a hacer mas sociables, por el conocimiento que podemos obtener con las nuevas tecnologías y por la conexión que se nos permite con los demás. Pero, lejos de eso, lo que hemos logrado es encerrarnos más en nosotros mismo, ser mas INDIVIDUALISTAS.
Somos capaces de saber más, vivimos mejor, conocemos más cosas y nos podemos relacionar con más personas, vivimos más tiempo y en mejores condiciones, nos hemos independizado los hombres y las mujeres, pero no hemos logrado relacionarnos cara a cara mejor que antes.
Somos más egoístas (aparte o como consecuencia del individualismo que decíamos) pero no hemos logrado compartir mejor y más con las personas, si no es por interés personal.
El afecto lo hemos dejado y se debe descolgar en las conexiones, porque eso no figura entre los elementos de la felicidad tal y como la concebimos en estos momentos. Solo nos interesa (parece) permanecer jóvenes, hasta el punto que abandonamos hasta las relaciones familiares (tarde, eso sí) y no nos interesa la vida de nadie más.
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