Decía Goethe que “todos los días deberíamos oír un poco de música, leer una buena poesía, contemplar un cuadro hermoso y, si es posible, decir algunas palabras sensatas”. Justamente algo así me movió a abrir y mantener mis blogs, todos los que he ido teniendo y, en especial, este que es el más personal.
Lo hice también porque pensaba que hacerlo me iba a ayudar a que la desestructuración personal se iba a acabar en el momento menos pensado y que, a través de la reflexión que las palabras exigen, me iba a dar cuenta de lo que realmente merece la pena.
A estas horas sé que este pequeño esfuerzo de expresión no ayuda a que las piezas se coloquen en su sitio y a llevar una vida armónica (hay fuerzas muy potentes alrededor que lo impiden) y que tampoco ayuda a evaluar lo que merece la pena, pues al final pareciera que NADA merece la pena. Pero sí que ayuda a que no importe nada lo que los demás piensan de uno, a ver el recorrido personal y recorrer una y mil veces el camino entre el momento de las primeras decisiones y el lugar en el que me encuentro en mi camino. También a pensar que, incluso los desastres vividos, forman parte de un proceso para llegar a ser el que soy, aunque no sea tanto como me hubiese gustado y había planeado.
Y a vivir en propia carne que lo peor no es estar mal, sino no contar con la comprensión y ayuda necesarias para seguir con solvencia.
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