El pasado es lo único que tenemos, lo que nos define y lo que propicia el presente y nos puede indicar el futuro. Su característica más importante, para bien o para mal, es que nunca nos abandona. Se esconde hasta en los más pequeños detalles (un paisaje, un lugar, una canción, una cara, una mirada, un cuadro, un sueño, un recuerdo…). Todo sirve para que hasta lo más recóndito aparezca en el momento más inesperado, indicando que el pasado nos sigue como la sombra cuando caminamos ante la luz.
A veces ese pasado se difumina, por el tiempo o porque se interponen recuerdos paralelos, también porque puede producirnos dolor y optamos por volverlo a la zona del olvido, pero aún así… seguirá apareciendo. Otras, los recuerdos aparecerán entre niebla o como surgidos de ella, porque los detalles, los perfiles se nos han ido escapando, pero aparecen igualmente.
Qué importante es en todos esos momentos coincidir con personas que nos hagan ver las cosas que no vemos, porque no queremos recordarlas o porque intentamos dejar detrás de otras o porque las hemos guardado de una forma incorrecta.
Necesitamos personas amigables que nos ayuden a mirar con otros ojos, con otra perspectiva, con otra actitud, para que el presente lo podamos vivir de un modo más claro o más racional y también para que el futuro pueda ser una fuente de esperanza.
Pero, las más de las veces, esos procesos los viviremos en soledad con nuestra mente, sin puntos de referencia, sin ayuda, sin una mano que nos ayude en el camino.
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