Una vez mi madre me visitó y se quedó a dormir en mi casa. A la mañana siguiente salí temprano. Fui a su habitación a despedirme, pero la vi dormir tan plácidamente que no me atreví a besarla, porque no la quería despertar. Creía que de esa forma le demostraba mi cariño.
Más tarde, ella me llamó muy dolida preguntándome si me costaba mucho despedirme y cuestionó mi frialdad con ella.
Y no entendí cómo es que esa situación le pudo hacer dudar de mi afecto, dado que, para mí, era una demostración de cariño.
Entonces comprendí que no todos manejamos el mismo lenguaje de amor. Lo que para mí fue un acto de amor y respeto, para ella fue un acto de indiferencia.
Y concluí que muchas personas se aman, pero simplemente no se entienden, no porque no haya amor, sino porque cada uno habla un diferente lenguaje de cariño.
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