martes, 20 de agosto de 2019

EN EL PUNTO DE MIRA

Recibí la fotografía. Un hombre con gafas de pasta negra, corriendo, un donnadie. En el dorso de la instantánea, el encargo de Morgan: ¡Mátalo! Desde entonces empecé a seguirlo, a vivir su vida. 

A las 7 h de la mañana compraba una chapata de pan en la panadería de su barrio. A las 8 h ya estaba delante del ordenador con sus facturas impagadas, sus balances descuadrados y sus recibos en B, así hasta las 15 horas cuando dejaba aparcada su existencia contable. Su ocio lo repartía muy bien. Los lunes y los jueves practicaba yoga. Los martes aprendía arameo. Los miércoles se citaba en un apartamento del centro con la mujer de su mejor amigo. ¿El que había encargado su muerte? Los viernes escribía en un taller de poesía y los sábados y domingos perdía el tiempo en vaguedades de un hombre de treinta y muchos. Visto así, un trabajo sencillo. 

Bastaba con simular un atraco violento, un atropello en un paso de peatones; abordarlo en un callejón oscuro; propinarle un empujón en el puente de los Suicidas. 



Pero el tema se complicó cuando descubrí en que invertía las noches. El tipo es voluntario de infinidad de ONG´s. Colabora con Cruz Roja, Caritas, Payasos sin Fronteras, ACNUR y, sobre todo, lee cuentos a niños enfermos de leucemia en el Hospital de San Juan de Dios, el antiguo orfelinato que conozco tan bien. Por eso, en cuanto lo tuve a tiro, me acerqué a él sigilosamente y, sin mirarle a los ojos, le apunté con el dedo para entregarle los 20000 euros que había recibido por liquidarlo. Hoy soy yo el que está en el punto de mira.



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