martes, 30 de octubre de 2018

CAMBIAR SIN MIMETIZARSE

CAMBIAR SIN MIMETIZARSE

En el sentido que se quiere expresar aquí cambiar sería modificar, sustituir, alterar una condición.

En el mundo tan sutil o delicado, tan dado a mirar solo las formas, a dar más importancia a lo exterior, a las palabras que al interior y a los significados como el que vivimos, pareciera una acción necesaria y lógica, vamos, hasta obligatoria. Vivimos en el placer de la incertidumbre sin más referente que el ombligo de cada uno.

Pero cambiar o mantenerse en un rumbo supone siempre tener un referente, tener un objetivo, tener una idea de uno mismo al menos. Y es que las cosas de la vida comienzan a cada  momento, es cierto, pero lo hacen desde unos referentes, algunos de los cuales son inmanentes, esto es, marcan la esencia de nuestro seguir, sea cual fuere el rumbo.

Es fácil defender el cambio si se cree que cada uno dirige el destino, si no se tiene nada a lo que aferrarse, ni creencias ni esencias, si no se tiene nada que defender… si se cree que la libertad está en eso, en el cambio. 

Todos piensan en cambiar a los demás, más aún, en que los demás cambien, pero pocos piensan en cambiarse a sí mismos señalando su esencia.


En estos momentos pienso muchas veces en este poema de M. Machado.

En estos campos de la tierra mía,
y extranjero en los campos de mi tierra
yo tuve patria donde corre el Duero
por entre grises peñas
y fantasmas de viejos entinares,
allá en Castilla, mística y guerrera;
Castilla la gentil, humilde y brava;
Castilla del desdén y de la fuerza,
en estos campos de mi Andalucía,
¡oh tierra en que nací! , cantar quisiera.
Tengo recuerdos de mi infancia, tengo
imágenes de luz y de palmeras,
y en una gloria de oro,
de lueñes campanarios con cigüeñas,
de ciudades con calles sin mujeres,
bajo un cielo de añil, plazas desiertas
donde crecen naranjos encendidos
con sus frutas redondas y bermejas;
y en un huerto sombrío, el limonero
de ramas polvorientas
y pálidos limones amarillos,
que el agua clara de la fuente espeja,
un aroma de nardos y claveles
y un fuerte olor de albahaca y hierbabuena;
imágenes de grises olivares
bajo un tórrido sol que aturde y ciega,
y azules y dispersas serranías
con arreboles de una tarde inmensa;
mas falta el hilo que el recuerdo anuda
al corazón, el ancla en su ribera,
o estas memorias no son alma. Tienen,
en sus abigarradas vestimentas,
señal de ser despojos del recuerdo,
la carga bruta que el recuerdo lleva.
Un día tornarán, con luz del fondo ungidos,
los cuerpos virginales a la orilla vieja.


A. Machado. Lora del Río, 4 de Abril de 1913.

No hay comentarios:

Publicar un comentario