ACEPTAR EL DISCURRIR VITAL
Él está ahí, sentado. Le puedes ver.
Con el paso del tiempo ha cambiado mucho, no solamente él, sino también la gente que le rodeaba.
Se distanció de sus amigos y sus amigos de él. Y todavía no entiende qué fue lo que hizo mal, aunque ha aprendido, poco a poco, a estar solo, a no escuchar un “¿como estás?, a no recibir muchos abrazos, a no escuchar muchos “te quiero”.
Así que, solo, ha ido adaptándose a no depender de nadie afectivamente, aunque, en la rutina diaria sea cada día más “dependiente”.
Cada vez que recuerda los viejos tiempos, se le llenan los ojos de lágrimas, de la misma manera que cuando necesita a alguien en quien confiar, porque no encuentra a nadie.
Ya no espera que que le digan que todo va a estar bien, entre otras cosas porque ha asumido que no será así. Tampoco espera que le digan que todo tiene solución, pero aún confía y lucha, quizá porque aprendió que siempre después de una tormenta vuelve a salir el sol o porque, sencillamente, es lo que puede hacer para aceptarse a sí mismo.
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