Cuando nos ponemos con contacto con alguien, tanto da si es directamente como por medios informáticos, ponemos en evidencia una serie de datos o circunstancias a través de las palabras (orales o escritas), pero desde nuestro pensamiento, olvidando que la persona a la que nos dirigimos tiene otro pensamiento y su propio “traductor” del mensaje.
No es el lugar para entrar en la teoría de la comunicación, seguro que los lectores saben de ella, puesto que, además, solo queremos poner en evidencia algo muy sabido: lo que queremos decir es mucho más de lo que expresamos cuando escribimos o hablamos.
De ahí que haya libros (muchos) que hablen del “lenguaje corporal”, esos que nos indican que más de la mitad de lo que queremos expresar a otra persona está en nuestros gestos, en nuestro “lenguaje corporal” y también debajo o detrás de las palabras escritas.
Entender, pues, a esa persona con la que nos comunicamos requiere observar y saber traducir lo que no está escrito o lo que dicen los movimientos personales.
En ambos casos el conocimiento de las personas es primordial a la hora de descifrar los mensajes y eso, por desgracia, nunca solemos tomarlo en consideración, de lo que se deriva no solo una mala comprensión, sino que varíe nuestra concepción de esa otra persona, lo que es muy grave.
Hemos de prestar la atención debida a los demás y estar atento a sus detalles y preguntar, si es el caso, antes de tomar posiciones.
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