martes, 4 de septiembre de 2018

PARADA EN BOXES (4 de septiembre)

PARADA EN BOXES (4 de septiembre)

Toca de nuevo parar el reloj y ponerse en manos de los médicos, esos técnicos que van marcando el ritmo de este navegar mío por los rápidos del río que es mi vida.

Son paradas un tanto angustiosas, porque son anunciadas y porque todas llevan dentro alguna sorpresa, que no es alegre ni animosa precisamente. Pero, a la vez, son paradas que dan para la reflexión más descarnada.

En este largo viaje por mi río he aprendido que las máscaras de las personas se caen, sino enteras, a trozos y ese hecho quizá sea la muestra más visible del valor que hay que dar a las personas con las que he compartido el recorrido.


Por duro que parezca, no creo que sean la vida y sus circunstancias la que separen a la gente, sino la maldad, los intereses, la hipocresía, el egoísmo  o todas esas cosas a la vez. El más apreciado de los compañeros, si vuelve a interesarse por uno, quizá sea más porque se haya arrepentido que porque nos quisiera, porque si de verdad nos hubiera querido… nunca se hubiera ido. Y eso lo he vivido, lo vengo viviendo desde hace dos años y pico.

Es curioso, con todo, que la vida nos pone personas al lado que nunca hubiéramos imaginado, mientras nos aleja de otras de las que pensábamos que estarían siempre a nuestro lado. También eso forma parte de mi experiencia.

Y no entiendo que separarse sea solo no verse, porque la soledad (y esto lo saben quien la ha vivido de verdad) no depende de la presencia o ausencia de las personas, sino de si te ofrecen o no compañía de verdad (tal como planteaba Nietzsche).

Hasta ahora, sin embargo, vengo pensando que la gente, las personas de mi entorno anterior, no han desaparecido por decepcionarme. Más bien pienso que la culpa ha sido mía, porque quizá he sido yo el que esperaba más de cada una de ellas.

Por todo ello he aprendido a sonreír aún teniendo roto el corazón, a llorar detrás de la puerta y a luchar mis batallas sin divulgarlo. Y así espero seguir haciéndolo hasta que el río que bajo tan duramente me lance al mar.

Con humildad y dignidad me enfrento a un nuevo reto pensando aún que un gesto sencillo, como una caricia, una sonrisa, una palabra, una lágrima… nos ayuda más que las complicadas técnicas médicas.


Desde esa posición y por paradójico que parezca, quiero agradecer a todas las personas con las que pasado un tramo, el que sea, de mi recorrido su presencia. Todas han formado parte de mi vida, estoy seguro que todas se han llevado algo y me han dejado algo, todas, en definitiva, han hecho “mi vida”. 

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