domingo, 2 de septiembre de 2018

FATIGA SOCIAL (Hacia los onanismos identitarios)

FATIGA SOCIAL (Hacia los onanismos identitarios)

Con una cadencia similar se vienen repitiendo crisis sociales muy parecidas, hasta ahora todas salvadas con sangre, per que parecieran que cada una es consecuencia de no haber curado la anterior.

Si tomamos como referencia los últimos 100 años (aproximadamente) tenemos, refiriéndonos a la cultura occidental a la que pertenecemos, la Gran Guerra (1914) con sus “flecos” (nacimiento de la URSS, por ejemplo), la gran corriente de descolonización africana que dependía de países Europeos (década de los 50), II Gran Guerra (1940), la Revolución de 1968 y la entrada en la escena europea de los países del próximo oriente (2000).

No añado los flecos de cada una porque son sobradamente conocidos ni corrijo la exactitud de las fechas porque, año más o menos, no vienen al caso que quiero reflejar. También he dejado fuera las consecuencias unilaterales (Yugoslavia, Portugal, España, …)


Cada uno de esos hechos señala un rompimiento en el manejo de la hegemonía social internacional, aparte de cambios estratégicos, económicos y sociales.

Y volvemos a estar en las mismas. Los hijos y nietos de los revolucionarios de 1968 quieren un cambio sin percatarse que tal mutación nos llevaría a la situación anterior o aún más lejos, porque ninguno de los conflictos, por sí solos, hizo avanzar a la sociedad. sino al contrario.

Eso no significa que no exista un descontento social, nuevas fracturas en la homeostasis del “mapa mundi”, y algunas cuestiones más, que, juntas, nos han llevado a la pérdida de nuestra identidad común.

Pero nos olvidamos que esas fracturas no pueden solucionarse pensando que se pueden arreglar cambiando la predominancia de un modo de hacer política. Ni el racionalismo ilustrado y el progreso tecnológico, con su cosmopolitismo, con su idea individualista y republicana ni lo opuesto, esto es, ni la revolución proletaria, religiosa, dogmática… pueden solucionar nada por sí mismas.

Eso está en la historia,  nunca la beligerancia entre la democracia liberal y la nacional-populista nos ha convertido en sociedades más humanizadas, más asentadas.

Hay que despertar del letargo en el que estamos, en el “llamado de la tribu” (que comentábamos hace poco), hemos de dejar de mirar el pasado y no tener miedo al futuro y, quizá, hemos de dejar de creer que el pensamiento y valoración de cada grupo social TIENE TODA LA RAZÓN.


Hay que dar más valor a las personas y menos a las fronteras (físicas y doctrinales).

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